ROCK & ROLL WRITER

En China han prohibido a los escritores escribir historias con viajes en el tiempo. No quieren ver el futuro -ni siquiera inventado-, aunque su pasado sea un callo en el culo. Estúpido país de estúpidas leyes y estúpida gente feliz de vivir bajo ese régimen estreñido.

Hoy hay demasiada gente y demasiada información que no sirve para nada. Puedo entender que cada día haya más gente desesperada por desconectarse de todo, deseosa de irse lejos, cruzando valles y montañas para volver alimentarse de piedrecitas saladas, beber agua de los ríos con las manos y nadar hasta perderse en los confines del Ártico. En fin, deseosa de saber cómo escapar.

¿Vivir en sociedad? ¿Sociedad? ¿Qué es eso? La sociedad humana justa jamás ha existido –una donde sus integrantes no resulten con las alas chamuscadas-, o al menos una donde se respeten sus derechos. Ha sido todo un espejismo. Nos hicieron creer que una sociedad democrática era aquella donde los fuertes ejercían poder sobre otros débiles; aquella en la que un enano tirano controla la voluntad de un grupo de palurdos durante ocho horas a cambio de beneficio económico. Y a veces ni eso.

Desafortunadamente es muy difícil dejar atrás todo aquello que significa sociedad, cerrar tus cuentas, abandonar tu trabajo, tus compromisos sociales y tus vínculos afectivos, para echarte a la calle completamente en pelotas buscando una montaña más allá de las autovías, donde pillar la mejor vista al resto de vidas podridas. Dicen que esto es posible, pero por más que me digan que el universo es mental, no puedo apartarme de lo conocido a cambio de un poco de paz que no sé si existe. Todo es intentarlo, dicen, pero mientras me preparo para este gran cambio, preparo otros planes alternativos. Nadie abandona la sociedad en la que vive sin antes destruir algo. Nadie. Es esto o volverse loco. Es esto o unirse a lo que estoy planeando. Es esto o convertirse en un Rock&roll writer.

Buscamos pisos abandonados donde hacer fiestas. No somos vagos, no somos indigentes –aunque el gobierno insista en tratarnos así-, no somos inútiles hijos de la Realeza. Somos gente que busca pisos abandonados donde hacer fiestas.

Nuestro plan es simple: el sistema socio-capitalista nos castigó, perdimos nuestros pisos hipotecados con los cabrones del BBVA, nuestros trabajos de multinacional, nuestras parejas de centro comercial, nuestras vidas de multicine tamaño FNAC. Algunos volvieron a vivir con sus padres, los más afortunados a cobrar el paro, a mendigar un trabajo y a venderse por mantener un ritmo de vida domesticado.

Soy yo y mis amigos. Soy yo y nuestras circunstancias comunes. No sabemos lo que sucederá dentro de unos meses, o si acabaremos emigrando como nuestros padres o bajo los golpes de la policía por protestar en las plazas. No sabemos nada. El resto de la gente puede pensar lo que quiera, pueden incluso llegar a pensar que esto se solucionará; nosotros somos más optimistas, nosotros pensamos que no pasará.

Nos hemos organizado. No necesitamos de los idealismos políticos de perrito faldero, no necesitamos banderas, no necesitamos organizaciones sin fines de lucro, ni ong’s, ni canales de televisión, ni periódicos que diseminen el terror. Nos bastamos a nosotros mismos. Nosotros tenemos un plan y es real.

Somos once. Esta es nuestra historia. Dale al play.

Me llaman Fibonacci. Nadie sabe mucho de mí. Algunos dicen que soy el mejor vendiendo el humo de las revoluciones. Yo a nadie miento, yo a todos digo que el día que las cosas se pongan negras reinará el “sálvese quien pueda”. Yo duermo tranquilo. En mi sangre porto un virus que me quita la vida gota a gota. Soy una bomba de tiempo. De pequeño me gustaba el  electromagnetismo, el cálculo diferencial y el álgebra booleana. Ya no. Ahora me gusta organizar a la gente para que destruya cosas.

Caba, el segundo a bordo, también me sigue a ciegas porque le da igual perder algo que no tiene. Caba es un chico que estudió teatro, golpeó puertas, trabajo gratis para una veintena de productoras y se arruinó buscando financiar su compañía de teatro. Caba vive en el sótano de un viejo teatro remodelado como cafetería en Lavapies cerca de las Escuelas Pías. Físicamente es bajito, delgado y, a simple vista parece débil, pero es muy fuerte. Caba sabe tae kwon do y es capaz de volar de una patada cualquier puerta que se le interponga. Caba tiene un poder de convocatoria que da miedo, es capaz de organizar un pequeño ejército con los olvidados de la Tabacalera, mucho más organizado que el ejército de pitufos de calle Génova. Me encanta Caba, es un chico muy guapo. Mi día se ilumina cuando le veo reírse con esa sonrisa coronada por sus dientes frontales separados como los de Madonna. Quizá para su cumpleaños le regale un linchaco para que le parta la cabeza a algún poli que quiera desalojarle de alguna de sus casas okupas.

Los dedos de Herce son los más rápidos de Madrid. Herce es el perfecto diseminador de mensajes e ideas incendiarias. Si este mensaje te llegó fue gracias a él. Herce es la tendencia, se adelanta a su tiempo y crea necesidades en la gente por las cuales mañana se peleará a golpes. Herce se maquilla los ojos de negro. Él se escurre por Madrid armado de su i-phone con el que accede a las bases de datos del BBVA, sin que nadie sospeche que está echando abajo su sistema de seguridad en busca de pisos requisados. Herce sabe exactamente cuándo y dónde estará el servicio de mensajería que lleva las llaves de los pisos embargados por el banco. Cuando tenemos las llaves de un piso, nos adelantamos a su peritación y lo destruimos para que los del banco sientan lo que sienten los morosos condenados a pagar de por vida algo que ya no es suyo. Nunca hemos regresado las llaves de algún piso a su antiguo dueño -no somos Robin Hood-, simplemente lo destruimos y les enviamos las fotos. Herce vive en las inmediaciones del cementerio de San Isidro, y por las noches se cuela como Bela Lugosi en alguna cripta abandonada junto a su mascota Vampi. Puede ser el poseedor de muchos juegos de llaves, pero la que abre sus dominios de muerte jamás caerán en las manos de banco alguno. Herce, dentro muy poco tiempo, será el dueño de muchas llaves que abran muchas puertas.

Jota se sabe mover como se mueve el lente de una cámara. Jota piensa de manera estroboscópica. Gracias a él todas las fiestas que hemos organizado en los pisos embargados han sido un éxito. Todas las llenó de gente famosa que Herce le presentó. La crème de la crème ha asistido desde la primera a la última fiesta que hemos organizado; todo lo filmó y, poco a poco, prepara un documental que saldrá a la luz por youtube para que todo el mundo vea nuestra particular revolución y quienes colaboraron con ella. Sólo Jota logra que los artistas, actores y cantantes se solidaricen y vengan a romper alguna ventana, a incendiar parqués, echar abajo algún tabique y a soltar algún discurso incendiario que no salga en la televisión. Jota y su cámara dejará vestigio de lo que vamos a hacer. Este día otros serán los culpables.

El Dr. Aimé es el ministro de Asuntos complicados. Él trabaja codo a codo con Quevedo. El Dr. Aimé nació en Burkina faso y es un traficante de armas y trajes militares que trae de las guerras más sangrientas de África. Nunca nadie ha visto los ojos a Aimé; los oculta tras unas gafas negras que jamás se quita. Algunos dicen que es ciego, pero yo le he visto en Montera dar de golpes con su báculo a un coche policía mal aparcado hasta que el suelo se riega de cristalitos.

Quevedo es el vendedor. Sólo él sabe dónde se esconden los responsables de las expropiaciones, los que nos quitaron todo. Quevedo conoce los vicios ocultos de quienes crearon la burbuja inmobiliaria y sabe cómo atraerles a nuestro último gran golpe, la gran fiesta al sur de Madrid, en la ciudad fantasma poblada de esqueletos de edificios que jamás se poblarán, allí donde están las grúas más altas que tapan el sol manchego. Quevedo es el cebo. Quevedo les atraerá, como el amo atrae al perro con un trozo de carne fresca. Él les hará pagar por un paquete turístico completamente legal; les proveerá de un traje militar en la entrada, cuando lleguen en sus coches de cristal oscuro, y les dará copias exactas de pistolas y metralletas con las que disparar a las farolas polvorientas de la ciudad abandonada con la que arruinaron las vidas de miles de hipotecados. Quevedo es el puto amo, sólo él podía idear un plan tan descocido y morboso.

            Moha sabe dónde robar una cabeza tractora con su tráiler. Moha trabajaba en una obra y le echaron por no hablar el idioma y no tener papeles. A él le dio igual. Se fue calle abajo masticando su rabia. Cuando le conocí en Lavapies le hice un esquema de a lo que nos dedicábamos y él levantó el pulgar. Moha conducirá un tráiler robado y lo volcará en aquella curva tan peligrosa de la A-4 para cortar el tráfico y desviar la atención de la policía (aunque sabemos que nuestros invitados se ocuparán también de crear alguna treta para que nadie se sepa que ellos, en sus ratos libres, van a jugar a la ciudad fantasma a los soldaditos) Cuando atestados llegue al lugar del accidente Moha ya estará kilómetros al sur montado en la moto de Mohicana, mientras Stéfano les sigue de cerca en la suya.

            Stéfano & Mohicana son los rondadores. Se ocuparán de traer a Moha a la ciudad y dar una primera ronda de inspección al área para que nada salga mal. Ellos siempre son los primeros en llegar a todos los sitios; se cuelan en los pisos, estudian la zona, alejan a los intrusos y dan la señal de humo blanco para que los demás sigamos con las etapas siguientes. Ellos siempre se mueven en motocicletas robadas a las puertas del Congreso de Diputados. Si los congresistas no se movieron por la gente, ¿por qué les va a importar que les roben su coche o su moto último modelo? Después de todo siempre tendrán la posibilidad de seguir tirando de “coches oficiales”

Cuando los rondadores dan el  pistoletazo de partida, las gemelas cubanas, Alain y Alex, harán su aparición. Ellas son los de la música de fondo, las mulatas de piel azabache trepa-farolas, que vestirán la ciudad fantasma de cables y bafles para que nadie se quede sin oír los ruidos de esta mini metrópolis que no acabó de nacer. Las cubanas están obsesionadas con el Martini rosato y, allí donde van, siempre hay una copa asegurada para que podamos brindar. Las cubanas aman a Santa Esmeralda. Las fiestas comienzan con las palmas de “Copacabana” y acaban con la guitarra española de “Another cha cha”. Esta vez pincharán en toda la ciudad como en un circo de variedades. Cuando lleguen nuestros ejecutivos invitados, vestidos de soldados de mentira, recorrerán las calles disparándose entre ellos con pistolas y metralletas con balas reales. “La casa del sol naciente” les acompañará en sus últimos momentos a través de los altavoces.

Como veis nosotros no hacemos daño a nadie. Somos un grupúsculo a ritmo de Santa Esmeralda.

Desde lo más alto de los esqueletos de los edificios, desde aquellos pisos comprados por gilipollas que pensaron invertir y se arruinaron, veremos cómo se matan los culpables de la burbuja inmobiliaria y, cuando todo acabe, me treparé por la grúa abandonada más alta y desde allí ondearé nuestra bandera.

Si todo sale bien nuestro siguiente golpe será el aeropuerto Don Quijote de Ciudad Real.

Me llaman Fibonacci y, mis amigos y yo, buscamos pisos abandonados donde hacer fiestas ¿Conoces alguno?